Testimonio Mi hija y la anorexia

TESTIMONIO MI HIJA Y LA ANOREXIA

No quiero contar lo duro y doloroso que fue que mi hija tuviera anorexia, ni lo mal que estuvo. No me gusta recordar esa época, es como abrir una ventana a la peor pesadilla de mi vida. Sin embargo, es necesario dar esperanza a las personas que están pasando por lo mismo, porque solo quien ha estado allí, entiende. Y sí, créame, si hay esperanza, si pueden volver a vivir una vida normal, las afectadas y sus papás.

 

Mi hija comenzó a mostrar síntomas a los 16 años. En el curso de la enfermedad estuvo dos veces interna en el hospital, ambas en condición muy grave; estuvo en un centro de tratamiento varios meses, y en terapia por varios años. No obstante, aquella niña triste y desnutrida que quería desaparecer, que no quería saber nada de amigos ni novios ni quería tener hijos para no sufrir lo que nosotros (sus papás) estábamos sufriendo, ahora tiene una vida normal. Su vida no es perfecta, es simplemente, “normal”. Está saludable y disfruta su vida. Disfruta hacer caminatas con su esposo y su bebé. No le gusta mucho cocinar, pero si invitar amigos y comer juntos. Terminó su carrera, tiene un trabajo retador, problemas, preocupaciones y alegrías y satisfacciones. Y no quiere regresar nunca a ese lugar oscuro al que la llevó la anorexia hace años.

 

 

Esto no pasó de la noche a la mañana, ni tampoco la recuperación fue linear. Fue largo, hubo adelantos y retrocesos. Períodos interminables en que no se veía progreso y días en que sentíamos que ya casi salíamos del túnel. Y poco a poco comenzó a disminuir aquel miedo y a aumentar la certeza de que nuestra hija podría salir adelante. ¿Qué funcionó? No darnos por vencidos. Apoyarnos unos a otros, y persistir en la terapia. Funcionó reconocer que la anorexia no se trata de comer o no, si no de reconocer heridas o miedos que se han quedado trabados allá adentro en nuestra alma. Tratar de mejorar la comunicación dentro de la familia, y aceptar que no es posible estar “bien” todo el tiempo y que está bien sentirnos tristes, frustrados o heridos. Funcionó ponerle nombre a lo que estamos sintiendo.

 

 

Funcionó trabajar duro para hablar entre nosotros, aún de las cosas incómodas y sobre todo, trabajar para escuchar sin juzgar. Funcionó querernos mucho y hacer el firme compromiso de no dejar que la anorexia se llevara a nuestra hija y decírselo a ella.

 

 

Mi esposo y yo estuvimos filosofando recientemente, que a veces lo que parece un
castigo es, a largo plazo, un bien disfrazado. La anorexia nos obligó a entender
nuestras fallas y sobre todo a comunicarnos mejor. Eso fortaleció la relación entre
nosotros como esposos, entre nosotros y nuestros hijos, y ahora entre ellos y sus
parejas. No espere milagros y si espere un trabajo muy duro por bastante tiempo. Pero tenga fe de que sí se puede. Si hay luz al final del túnel y si se puede llegar a encontrar la salida.

 

 

-Anónimo