¿Cómo te podemos ayudar?

Durante los nueve años que estuve secuestrada bajo las órdenes incesantes de la anorexia, mis papás me repetían, una y otra vez: “te queremos ayudar”, “lo que más queremos es verte salir de esto”, “dinos como te podemos ayudar y con gusto lo hacemos.”

Las respuestas que les di siempre fueron confusas, vagas, inexistentes o, en el mejor de los casos, inventadas.  Yo siempre supe que me querían ayudar.  Y siempre estuve agradecida de sus buenas intenciones, de su apoyo permanente.  Pero yo estaba igual que ellos.

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Yo también estaba perdida, yo tampoco sabía que podían hacer ellos por mí.  Al principio, los libros les decían que no me hablaran sobre comida.  Después, apareció un artículo que recomendaba motivarme a comer un poco más mientras estábamos en la mesa.  Eviten hablar sobre peso, traten de mantener un ambiente agradable en la mesa, no la hagan sentir como que si están controlando su comida, etc, etc.  La verdad es que aun a estas alturas no se cual de todas esas estrategias es la mejor.  Ni siquiera estoy segura si alguna de ellas funciona, por lo menos no el cien por ciento de las veces.

Algunas cosas de las que me decían me ayudaban en ciertas ocasiones, mientras que en otras el mismo comentario fortalecía a esa vocecita interna.   Algunas veces actuaba como que si lo que hacían me ayudaba, cuando en realidad solamente me hacía más fácil hacer caso a las instrucciones de la anorexia. La verdad es que en esos momentos nada parecía funcionar.  Quería que me rescataran, pero no tenía idea adonde estaba la llave que necesitaba para salir.  Quería que mis papás me rescataran de con esa tirana, pero ni siquiera la sabía describir.  Algunas veces incluso lo que quería era que me ayudaran a recordarme que quería y necesitaba ayuda.  Pero ni eso sabía cómo lo podían lograr.

 

Una y otra vez mis papás ponían su ayuda a la orden y me rogaban que les dijera que hacer.  Pero yo no tenía idea.  No es que no les quería decir, no es que no quería su ayuda.  Simplemente no sabía que podían hacer por mí.  Yo tampoco tenía el mapa para salir del laberinto.

 

Eso me hacía sentirme culpable.  Culpable de causarles tanto dolor, tanta aflicción, tanta frustración.  Sabía que se sentían impotentes, tristes, enojados.  ¿Pero que les podía decir?  Si la verdad es que yo creía que nada que ellos hicieran me podía ayudar.

Me sentía culpable de tener a dos personas que me querían tanto dispuestas a hacer lo que fuera con tal que yo dejara de ser una esclava y regresara a ser la persona viva que alguna vez había sido.  Algunas veces se enojaban, perdían la paciencia, hasta se descontrolaban.  Y yo, aunque me dolía, los entendía.  Yo también estaba enojada, también había  perdido la paciencia, también me sentía descontrolada.  Pero yo tampoco sabía qué hacer.  Yo tampoco entendía que quería esa voz de mí, ni porque me tenía como su esclava.  Mucho menos sabía cómo me le podía escapar.

 

Muchas veces me enojé con mis papás.  O insistían mucho y la anorexia me ordenaba que me enojara, o hacían cosas que me hacían quedar mal con ella y por las que yo pagaba los platos rotos.

 

Durante nueve años se equivocaron varias veces en la forma que me trataron de ayudar.  En muchas ocasiones no pudieron controlar su frustración y dijeron lo que no debían.  Incluso, deben de haber habido momentos en que perdieron la esperanza y creyeron que no había nada que podían hacer.

 

Sin embargo, sin darse cuenta, sin haberlo leído en ningún libro y sin que yo se los dijera, instintivamente durante los nueve años hicieron algo que nunca falló.  Durante nueve años me demostraron cariño, me recordaron que no se enojaban conmigo, si no con la anorexia.  Durante nueve años, por decepcionados y frustrados que estuvieran, al final del día entraban a mi cuarto, me daban un besito en la cabeza y me decían “te quiero mucho.  Estoy enojada(o) con ese monstruo que ha secuestrado a mi niña, no contigo.  Me haces falta, te quiero mucho”.

 

Y durante nueve años, sin darme cuenta y sin haberlo podido identificar, eso fue exactamente lo que me mantuvo a flote, lo que me ayudó a mantener un granito casi invisible de esperanza y lo que siempre me ayudó a recordarme que al ser libre nuevamente, tendría aliados esperándome con los brazos abiertos.